Minga durmió tanto, tanto pero tanto que se olvidó lo que había pensado y tampoco sabía que día era.
¿Era sábado? No. Buscó en el calendario. No. Era domingo. Los mismos domingos que la ahogan.
Se olvidó de un lapso de tiempo de su vida. Se olvidó de que color eran las ojotas de Ojotas: se olvidó de como le gustaba que Ojotas use la remera beige; se olvidó de cual era su profesión o si realmente tenía algún tipo de actividad; se olvidó la dirección de su casa, tampoco sabía si era una casa o un departamento; se olvidó de pagar la luz; se olvidó que tenía turno con el médico: se olvidó la clave de la tarjeta de débito; se olvidó si el café le gustaba con azúcar o sin azúcar; se olvidó de cuánto calzaba; olvidó descongelar la heladera, se olvidó de comprar pasta de dientes. Fue a un espejo para recordar su cara, se vio y se acordó, pero se había imaginado con los pómulos más chicos, no le dio importancia y se sentó frente a una ventana sin cortinas, parecía un día de sol.
A decir verdad ni siquiera se acrodaba que estuviera viva.
Sin embargo se acuerda de una sensación, extraña. Todo en su vida, a partir de este momento fue extraño pero el chip de pocos gigas que quedó en su memoria, ahora es una memoria corta, llana y piensa que tiene virus, ahí tiene almacenado una sensación que es la siguiente: está besando a alguien, a un hombre porque recuerda la barba. Es la sensación de una batalla: la intensidad y la energía con que se besan, y sobre todo la duración de los besos, tan dilatada que a veces esa persona que está en el sueño, que no sabemos quién es, tiene la impresión de que van dejando de moverse, aplacan la respiración y se dejan hamacar por el ritmo de lo único que sigue vivo en ellos: sus mandíbulas. Es como que el mundo los rapta los coloca en un lugar y los vuelve a traer.
Es un sentimiento raro. Sensación de inestabilidad y agotamiento que alterna entre altos y bajos con inconstancia, es como un borrador rápido.
Ojotas tiene los pies hechos bolsa, como su cabeza, de tanto pensar. Tiena una bolsa en la cabeza y otra en los pies. Una pesa más que la otra y no logra hacer un equilibrio que lo haga sentir mejor.
Minga se acuerda de una frase que alguien le dijo alguna vez: "que no podía irse sin chocolates mordidos en la mochila". No entendió y pensó que era parte de la confusión en la que se encontraba.
Ojotas llamó. Minga respondió y supo explicarle lo que le pasaba. Ojotas comprendió el estado de Minga y dijo que estaba bien, incluso le contó una anécdota de un compañero que le había pasado lo mismo, dijo que tenía que comer un yogurt, irse a dormir y que se despertaría con todos y cada uno de sus recuerdos.
Minga le hizo caso. Se fue a dormir a una bolsa de dormir, sin taparse y con medias. Ojotas, por su lado miró el cielo y se dio cuenta que era inmenso.
Entonces si la pantalla se divide en dos: Minga duerme en una bolsa de dormir color verde y Ojotas mira el cielo azul.
3 comentarios:
Hermosísimo... Lo leí hoy lunes. Menos mal!! Si lo leía ayer no lo sobrevivía. Pero hoy es distinto. Hoy brilla el sol de nuevo (y eso que es lunes).
Y es muy sabio salir siempre de viaje con chocolates mordidos en la mochila.
Loleí recién hoy, preciosooo, cuanta razón, la pantalla de la vida muchas veces se divide en dossss........que bueno haberlo leido
de los mejores, va al top ten
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