Ocho minutos.

Quedarse último en el trencito es lo peor.
Minga vive en monoambiente. Mono, uno. Ambiente, UN ambiente.
- ¡Dale Minga!
Le hacen señas para que se una al “trencito de la alegría“. Minga no quiere. Alguien
la arrastra y la engancha en el trencito. Ella no quiere. Ella va contra su voluntad. Va
porque hay que ir, porque son esas situaciones que no se puede decir que no.
Está ubicado sobre una cortada sin árboles, una cortada corta, de un lado
desemboca sobre una avenida del otro lado no desemboca.
Minga está con los hombros caídos, mirando a todos lados como una ñoña.
Esto es una ridiculez, agarrar a alguien de la cintura y caminar a paso de hombre
atrás de otra persona, me pone incómoda que alguien me toque la cintura.
¿Qué hago, levanto las manos? ¿La gente me está mirando? Soy como un vagón
más. No quiero se un vagón de éste tren.
Ascensor no hay. Hay que subir escaleras, tres pisos. En los descansos, Minga para y
respira. Inhalo y exhalo. Inhalo y exhalo. Inhalo y exhalo. Tres veces. Tres pisos.
Tarda exactamente ocho minutos en hacer éste trayecto, para no perder tiempo,
piensa. Piensa en lo que va a preparar para comer. Tengo un pedacito de pollo, unas
cebollas, me hago un revuelto. Hay un poquito de vino y al sobre.
¡No, no, noooooo! me quedo última.
Se desarma, se desarma el tren y me quedo sola parada en la pista de baile.
¿y qué hago ahora? ¿Armo un tren yo, lo empiezo? ¿Y qué hay si empiezo un tren
ahora? Mejor no lo intento. No quiero saber la respuesta.
Desde la ventana de la cocina se puede ver que hace el vecino del otro edificio.
Espía desde la ventana mientras cocina. Tiene un post- it pegado
“Esta es una Ventana Indiscreta”.
Inhala y exhala tres veces e intenta dormir. Inhala y exhala tres veces y es la
primera vez que arma un tren.