domingo, 28 de agosto de 2011

Revuelto gramajo.


Y el timbre sonó cuando el sol se pone en el centro del universo y hace que los ojos se achinen, hace cubrir con la mano y el antebrazo el rostro y es cuando más niños corretean por la calle saliendo de alguna institución educativa y un instante antes: padres, tutores, hermanos o abuelos esperan de frente y de espaldas a la calle como si estuvieran por sacarse una foto y cuando los niños salen, se dispersa y ya no se puede disparar.  

Minga esperaba en la puerta del edificio mirando a ambos lados. Por el wing izquierdo visualizó unas ojotas, en plano detalle fragmentado un dedo gordo del pie se movía y se hundía en la goma, muy cómodo. En un santiamén si dio cuenta que no eran esas ojotas que alguna vez quedaron tiradas debajo de la cama dadas vueltas. Pensó que podía estar dormido y podría no haber escuchado el timbre.
Entonces el timbre volvió a sonar cuando es la hora de la fiaca, cuando es la hora de tener ganar de dormir, sonó cuando a mi entender es la hora de los secretos, la hora de la siesta. La peor hora del día para un día de rutina. Habían quedado a las doce del mediodía, habían quedado que Minga pasaba a buscarlo para ir a comprar juntos un tender para Ojotas aprovechando que Minga tenía asueto por los días rojos de las mujeres.

Y el timbre volvió a sonar cuando es la hora mágica. Cuando es la hora en donde todos sacan una foto. Cuando el sol se esconde para volver aparecer al otro día, aunque el sol siempre esté. Ya había gastado quince pesos con cincuenta centavos,  contando un pebete de salame y queso, un gaseosa de lata, un paquete de chicles, dos chupetines con chicle en el medio y un banana dolca. Pensó treinta y cuatro opciones en donde podría estar su pseudo novio, ninguno la convenció y pensó también en llorar pero le pareció exagerado, tampoco era para tanto. Quizás Ojotas es así de inestable.
  
Y Minga se quedó sentada en la puerta del edificio, la calle que vemos al costado es mitad empedrada, mitad asfalto. Algunos autos pararon en el semáforo en rojo otro estacionó enfrente, se ilusionó y esperó. Como toda espera, cuando alguien espera algo no sucede nada hasta que ya no espera más, cuando no espera más es porque algo sucedió.

La espera terminó cuando Minga se fue, caminando despacito, sin silbar- porque no sabía, sino hubiera silbado un tango- caminando despacio como queriendo quedarse. Obviamente cuando Minga dobló en la esquina, Ojotas apareció con una sola ojota, con una remera rota, un tender en la mano y sin aliento.  

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre Minga !!!! que larga la espera !!!!hermoso el momento.....tenga paciancia Minga !!!! es asi la vida ....Nucha

Anónimo dijo...

quiero una bananita dolca para cada uno de los q asistan a mi nacimiento.

Natalia dijo...

Oh! por suerte final feliz :-) Ya me estaba asustando...

SUSANA SARNO dijo...

pero que le paso ?????????????